El cacerolazo: ¿a qué sabe el descontento?
El ruido de las ollas aporreadas por cucharas resuena en todo el Perú haciendo eco de un descontento común. Conoce la historia de este símbolo democrático, pacífico y poderoso en su simplicidad.


Cuchara de palo
frente a tus balazos.
¿Y al toque de queda?
¡Cacelorazo!
(Ana Tijoux)
Los símbolos son lo que nos distingue de los animales. Unas veces se manifiestan en el lenguaje; otras, con una imagen, o con una canción. La olla, en este sentido, adquiere en las protestas un significado que trasciende su función en la cocina y representa algo más: la carencia, el descontento, la voz de quien no tiene voz. Pero, ¿sabes desde cuándo y dónde las ollas y sartenes han funcionado como receta del descontento?
El ruido primigenio
Buscar un origen a una expresión tan doméstica como aporrear ollas nos podría llevar a épocas prehistóricas. ¿No es ese, acaso, el llamado a la comida desde tiempos inmemoriales? Pero a falta de comida, parece también la forma más práctica y eficiente de hacerse oír. ¿Quién no tiene una olla y una cuchara?
Ya en el siglo XIV existía en Europa el charivari, que consistía básicamente en eso: hacer ruido con lo que uno tenía a mano, ollas y cucharas principalmente, para reprimir o reclamar. Los franceses organizaron un tremendo cacerolazo en contra de Luis Felipe I. Y ya sabemos que los franceses son líderes mundiales en eso de salir a reclamar a las calles.

Las cacerolas vacías
En nuestra región, las ollas ganaron protagonismo el 2 de diciembre de 1971, en la llamada Marcha de las Cacerolas Vacías; una marcha de señoras de clase alta en contra de las medidas del gobierno socialista de Allende en Chile. Una marcha pequeña, pero ruidosa.

Ese mismo ruido, pero con origen popular y mucho más masivo, también lo escuchó Augusto Pinochet el 11 de mayo de 1983, en el paro nacional organizado por la Confederación de Trabajadores de Cobre. Debido al toque de queda, la población se expresó desde las ventanas de sus casas con el sonido estridente de ollas y sartenes. Desde entonces, el cacerolazo se ha instaurado como el lenguaje del descontento a nivel latinoamericano.

Una rebelión pacífica y democrática
¿Qué hacer, pues, en el contexto actual, con una pandemia que nos impide gritar a voz en cuello nuestro descontento para evitar contagios? ¿Cómo pueden hacer escuchar su indignación, quienes no pueden salir de casa en plena emergencia sanitaria? ¿Cómo se expresa un niño o niña indefenso desde esa patria que es su hogar? Las ollas y sartenes son omnipresentes. Todos tiene una olla vieja, una cuchara de palo.

La olla ha recorrido todo el continente desde mediados de los años sesenta; de Brasil a la Argentina, desde Chile hasta Venezuela, pasando por Ecuador, Colombia y México hasta llegar a la Casa Blanca. El cacerolazo dejó de ser el sonido del hambre para pasar a ser el sonido de la casa, del hogar, es decir, de todos. ¿Acaso hay un símbolo más democrático y pacífico que el sonido cacofónico del metal de la olla siendo aporreado?
El cacerolazo no tiene partido, ni color, ni raza, ni religión, ni idioma, ni condición social. Tiene, sí, una bandera, la bandera de la libertad y de la dignidad, que hoy se tiñe de blanco y rojo.
¿Y las ollas comunes?
Las ollas no solo representan el descontento frente a la carencia; no son solo el sonido del hambre. También es el símbolo de la abundancia, pero sobre todo, de la solidaridad. Y es que, ahí donde puede comer uno, comen dos o tres que no tenían qué comer. Las ollas comunes las conocemos muy bien en nuestro país, y seguro tienen una historia tan antigua como la del cacerolazo. Al fin y al cabo, ambas son hijas del hambre y la necesidad.

Las ollas comunes o populares llevan, pues, el sabor de la comunidad; de lo autogestionado. Es la reacción más noble y democrática frente a un Estado ausente o ineficiente, o tras desastres naturales, algo que también hemos vivido de cerca en nuestro país. De hecho, el Covid-19 hizo que se enciendan los fogones de las ollas comunes y comedores populares en todo el país. Su consigna, no siempre escuchada: que nadie se queda sin comer.